lunes, 21 de marzo de 2011

De Soledad, Amores y otras políticas del alma

De soledad, amores y otras políticas del alma
Decía la abuela Herminia, un exitoso personaje de uno de los tantos cuentos que nunca publiqué, que amar y dejar de hacerlo es un derecho inalienable. Y cuánta razón tenía la desquiciada vieja a pesar de nunca haber dicho nada sensato ni público.
Supe de la soledad mucho después de lo que yo llamaría la revolución sexual moderna. Fue en los noventas cuando todo aquello me estalló en las narices y ni me enteré. Es que ni siquiera sabía que existían las fuerzas cohesivas del hombre y el sentimiento humano; amor, odio, desamor, pasión, deseo, olvido, el alma! Qué era el alma? No, eso no era mío ni conmigo, era de  muertos, funerales, espíritus, no sé, de la Biblia quizás pero  tan lejano y ajeno que ni siquiera me podía plantear el tema. Mientras yo, inocente criatura, maleta y pasaporte en mano hacía cola esperando el barco de las 8:30 del capitán Garfio  para salir del país de nunca jamás, afuera, el mundo cambiaba vertiginosamente con pasos de bestia apocalíptica. La política contra la religión, la prensa contra la política, la religión contra la prensa y todos contra todos en una orgía de dimes y diretes, posturas y eufemismos y al final un largo silencio; la sociedad aturdida entre pecados e indulgencias, entre morales inventadas y leyes sacudidas terminó sorda, entumecida en un complejo oscurantismo moderno con lejanas características de libertad. Nadie entendió nada. Follar se estableció como un derecho humano por encima del bien y del mal, el Papa clausuró el infierno por mala administración y fraude, Cupido creció rápidamente, se metió en el gym y poco después apareció en revistas para caballeros de la prestigiosa marca Bell Ami y el diablo? El diablo no tuvo más opción que cambiar su rojo carmesí y vestir a la moda. Como imaginar que aquello no era más que apenas el comienzo.  El boom del feminismo, el homosexualismo con toda esa maraña de tecnicismos que gay,  que lesbiana, que bisexual, que si activo, que si pasivo, que los metrosexuales, que swinger, que versátil, el internet, las ciber relaciones, los folla amigos, los novios con derecho, las uniones libres, las parejas abiertas, los tríos, los cuartetos… qué locura fue aprenderme tanta palabreja moderna que para entonces olía a libertad y libertinaje socialmente lícito y no era más que la soledad convirtiéndose en la pandemia del siglo, el novedoso virus de la indiferencia emocional o AEIS por sus siglas en inglés: Acquired emotional indifference syndrome. Es que nadie habló de amor! Todo lo contrario; aquella lejana y gastada palabra cursi, pueblerina, casi lengua muerta rápidamente fue modificada y sustituida para dar paso a las nuevas tendencias internacionales y primer mundistas de afecto y fue entonces cuando llegó el “marketing afectivo” porque claro, teníamos que globalizarnos o estaríamos perdidos en el tiempo y el espacio. Fue entonces cuando por fin llegó el amor esterilizado, en finas presentaciones de látex, vidrio, plástico y gel, se le puso fecha de caducidad, código de barras, precio y se abrieron grandes supermercados de amor por todo el mundo! Aquello fue una verdadera maravilla! Las agrupaciones defensoras de los derechos individuales y colectivos cambiaron las políticas del amor convencional y establecieron por decreto nuevas leyes que fortalecieron el concepto de pareja, figura legal quienes de ahora en adelante se llamarían “adultos solteros sexual y socialmente activos” sin importar el rol, claro está. La prostitución no menos pujante hasta aquellos años también sufrió los embates de los nuevos tiempos y tuvo que ponerse al tanto de las nuevas tendencias; ahora no era vicio, sino necesidad y gracias a ello, se convirtió en un poderoso músculo de desarrollo gracias a la demanda de servicios también innovadores. Las putas, bueno, las putas siguieron siendo putas pero se identificaron como trabajadoras del sexo o damas de compañía y bajo la premisa de igualdad de género, se incorporaron los varones como incipientes profesionales bajo el nombre de “escorts” porque claro, no podían llamarse putos porque la palabra resultaba… digamos poco elegante para un macho públicamente  viril. Se inventó el amor desechable, término que también hasta el momento resultaba desconocido; una manera de amar una vez y tirar a la basura, como el atún o como cualquier otro producto comestible que se venda empacado. También se puso de moda el sexo sin compromiso, el llamado sexo de una noche que consistía en salir, beber hasta el olvido, conocer al primer gilipollas que se pusiera por delante y salir disparados al primer motel, piso o coche disponible para follar ya sea hasta el amanecer o simplemente follar y regresar a beber la última copa más tranquilamente y hablar detalladamente de la experiencia, con pelos y señales como si se tratara de un focus group solo que de la intimidad del ausente. El nombre no era importante preguntarlo, eso sí que era algo personal. Luego el internet contribuyó notablemente, los chats de sexo colaboraron en bajarle el tonito repugnante que representaba la palabra sexo… en el chat se llamaba echar un polvo y bueno, era cuestión de logearse y abrirse camino exponiendo con toda libertad lo que se busca: doy polla yaaaa, tengo sitio y me desplazo, soy pollón bisexual. Entiéndase que decir que se es bisexual es una manera de entenderse doblemente macho aunque yo pensaría que es no es más que alguien tan maricón que es incapaz de asumirse gay pero bueno… Wow!!! Cuanto tacto para conseguir un coito, con semejante masturbación mental expresada en pocas palabras, habría más de tres que responderían encantados por lo morboso y excitante de la propuesta.
Pero no es perder el rumbo o la cabeza en estos ires  y venires, ni tampoco desvirtuar el sexo como tal, exponiéndolo y desnudándolo hasta minimizarlo como la cosa más ínfima e inútil del ser humano, ni explotarlo en todas sus formas y maneras hasta comercializarlo, venderlo, regalarlo o cambiarlo como artículo de consumo popular lo que resulta triste. El problema es que dejamos de creer, dejamos de creer que era algo útil, dejamos de creer que servía para algo más que 20 minutos de placer y un orgasmo, perdimos el habla y el oído tecleando fantasías que no llegaron a ser más que eso, letras vacías, situaciones efímeras y recuerdos tan volátiles como el alcohol puro. La soledad llegó disfrazada de mejores opciones, libertades auténticas y tanta libertad desató el miedo y la desconfianza del no saber cuándo se puede y cuando se debe ser sincero y la sinceridad se convirtió en un lujo al alcance de pocos. El ser humano como buen animal de costumbres y conocido por su capacidad de adaptación, se acostumbró o quizá se abandonó a la idea de estar solo, de vivir de una forma pseudo ermitaña y salir a follar de la misma manera instintiva y básica en que en su etapa más primitiva buscaba el apareamiento. Hay que volver a creer comenzando por creernos a nosotros mismos que la soledad no es, ni será, una especie de “estado benefactor” en el que gozamos de todos los derechos sin necesidad de compromiso. También sé que no es fácil dividir la soledad en dos mitades perfectas y entregarle a alguien ese 50 por ciento que tanto pesa en el alma de quienes deambulan solos por la vida y quizá hoy por hoy no sea fácil porque ni siquiera nosotros mismos estamos convencidos que repartirnos y ceder espacios sea una buena idea.
Amar y dejar y de hacerlo es un derecho inalienable, es cierto, sin embargo creo que para ejercer el derecho de amar primero deberíamos entender que estamos vivos y que la magia de vivir incide en saber convivir con todo lo que encierra la mística de “ser humanos”; miedos, virtudes, defectos, manías….porque nunca nadie fue más feliz que cuando  tuvo con quien compartir su felicidad.